miércoles, 31 de octubre de 2012

Die sammler (El coleccionista) por Archange


Autora: Archange
Categoria: slash
Género: Misterio
Rating: R
Pairing: Bill/Tom
Advertencias: twincest/incesto
Capítulos: 14
Finalizado: No
Resumen: Tom ya no temía a los monstruos de los cuentos, pero no sabía que el amor y el terror pueden ir de la mano.


Cuando se atrevió a abrir los ojos, suspiró aliviado.
El interior del bosque no estaba tan oscuro como había imaginado en sus pesadillas.
Las ramas de los arboles no se retorcían en descarnados brazos que amenazaban con atraparlo, ni sus raíces lo habían arrastrado hasta el fondo de la tierra para que su sangre les sirviera de abono.
Se removió con inquietud al recordar los cuentos que su madre le contaba cuando era pequeño. Podía escuchar su voz solemne a cada paso, mientras se adentraba a ese lugar que le habían prohibido visitar desde que tenía memoria.
—No te acerques al bosque —le decía— que los arboles son muy viejos y están cargados de un odio ancestral y oscuro. Si talas uno de ellos su savia se vuelve del color de la sangre, y a veces, en luna menguante, el viento arrastra diabólicas carcajadas desde el mismo centro de la tierra. No vayas nunca de noche, Tomi. Otros niños lo hicieron y no volvieron a aparecer jamás.
Jamás… esa palabra se repetía como un mantra en su cabeza… jamás… jamás… ¿cuánto tiempo sería jamás? Intentó imaginarlo: ¿millones de años? ¿miles de millones? ¿infinito?... No podía abarcarlo, todo le daba vueltas si lo pensaba en serio.
Siguió caminando despacio, disfrutando el crujir de las hojas secas bajo sus botas.
El sol de primero de septiembre se colaba entre las ramas, iluminando el corazón del bosque y llenando el aire de partículas doradas. Algo parecido al orgullo infló su pecho cuando descubrió que no tenía miedo de estar allí. Toda aquella patraña del bosque maldito estaba bien para los pequeños, era un buen truco para asustarlos y así conseguir que se acostasen temprano o que se comieran el brócoli sin rechistar. Cuántas veces le habían dicho: ‘haz esto o te llevo al bosque, no hagas lo otro y esta noche te dejo allí’

No pudo evitar una sonrisa de suficiencia, él ya había cumplido once años y no pensaba dejarse engañar. Los monstruos sedientos de sangre humana no existían ni dentro ni fuera de los límites del bosque, ahí estaba él para demostrarlo.
Estaba feliz, eufórico por su hazaña; quería saltar y gritar de pura excitación… ¡ojalá sus amigos pudieran verlo allí, en el lugar prohibido! comprenderían que con el valiente Tom Kaulitz no se juega. Pero sus amigos seguían en la ciudad… aunque si estuvieran en la luna o en la otra punta del universo conocido sería lo mismo; aquel pueblucho perdido no tenía ni una mísera torre de telefonía móvil. Era una tragedia estar atrapado en la prehistoria.
Su alegría se evaporó, ¿qué gracia tenía saltarse las normas si no podía compartir su emoción con nadie? A su alrededor todo estaba en calma, las ramas de los árboles se movían suavemente a compás del viento: era el escenario perfecto de un cuento de hadas. Tom se sintió solo por enésima vez ese verano, solo y frustrado.
De pronto su gran hazaña no le parecía gran cosa.
Caminó algo cabizbajo entre los troncos, pensando qué decir cuando volviera a casa. Sus excusas siempre eran las mejores, pero en ese momento ni siquiera tenia ganas de inventar una. En el suelo vio una larga vara de fresno, la empuñó con rabia y empezó a azotar los árboles que encontraba a su paso. El sonido fuerte y seco de la madera lo reconfortaba, le recordaba a cuando de pequeño jugaba a las espadas.
Entonces escucho algo.
Algo extraño.
Algo metálico.
El chico se quedó congelado en el sitio, aferrándose a la vara con los nudillos blancos por la presión, todos los sentidos en alerta. ¿Qué sería eso? A él volvieron los antiguos temores, las sangrientas leyendas. Una sombra fugaz cruzó tras la maleza a pocos metros de él, un sonido breve de pisadas sobre el follaje lo alertó de la dirección que había tomado la visión. Quizás debía seguirla, descubrir que o quién era, y al menos volver al pueblo con una prueba real de su valor… el problema es que no podía moverse, estaba paralizado. El sonido de pasos comenzó a acercarse a Tom cada vez más, cada vez más y más cerca. Tenía que moverse, tenía que gritar.

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